En Oryanovo (Bulgaria), mayo de 2010
En Kulata sentí esa extraña sensación de que llegaba al fin del mundo, Bulgaria acababa como si acabase el mundo.
Hoy, en en Ohyanovo (al norte de Bulgaria), la sensación ha sido parecida. Esta vez el mundo no acababa, simplemente lo separaba un gran rio, el Danubio.
Las ciudades – fronteras son extrañas. La gente te mira con desconfianza como si no estuviesen acostumbrados a los visitantes ocasionales (justamente en una ciudad-frontera). Hoy he percibido Ohyanovo como un lugar hostil.
En Ohyanovo una vez te diriges hacia la ciudad, todos los caminos llevan a la frontera como si la ciudad te expulsase de su territorio, como si los minutos, las horas o los días que invades ese espacio que no es tuyo, ocupases un lugar vital ajeno a ti, perteneciente a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario