Crimea se ha quedado atrás, después de veinte días por tierras ucranianas. En esta península, atada por pequeños filamentos de tierra como si perteneciese a otro país, me he sumergido en un mundo al que estoy poco acostumbrado. Horas de sol y playa, paseo entre atracciones de lo más variopintas (como disfrazarse de motero para hacerse una foto montado en una Harley Davisson por unos dos euros), un hormigueo de gente por todas partes, puestos de comida ambulante, luces deslumbrantes de colores, olor a aceite de comida grasienta mezclado con crema bronceadora, eslavas en tanga y eslavos en slips, marcando lo inmarcable,...
Sin embargo, la guinda de este extraño pastel de mil sabores y colores fue una playa arena y agua cristalina casi desierta, ya en los límites de Crimea donde tras cinco días de sentirme como el buen salvaje volvi a la carretera alejándome de este “paraiso".
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