En Grodno (Bielorrusia), diciembre de 2009.
Siempre que viajo a una ciudad, y las circunstancias lo permiten, me gusta recorrer su cementerio.
Quizás sea como recorrer la otra parte de la ciudad, la ciudad de los que vivieron, la ciudad de los que fueron y ya no son.
Perderme entre los recovecos de las tumbas, entre los caminos no marcados, imaginando vidas pasadas, viendo como una persona mayor (siempre son personas mayores) arregla una tumba de un marido o de un hijo, fijarme en fechas de nacimientos y muerte, en nombres que la muerte ha llevado al olvido, oliendo flores muchas veces marchitadas.
Estos paseos entre las callejuelas de los muertos nada tienen que ver con el sentimiento romántico del anhelo de la muerte o de un espacio de evasión. Nada menos prosaico que simplemente pasear por la tranquilidad de la otra ciudad.
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