sábado, 21 de noviembre de 2009

Oda a las grandes superfícies








En Blagoevgrad (Bulgaria), noviembre de 2009.

[Advertencias a posibles lectores españoles o aquellos que viven en grandes ciudades: para los que vivimos en pequeñas ciudades de provincias en Bulgaria, el espectáculo de un gran supermercado no deja de ser una explosión de colores]

Desde que vivo en Dupnitsa, de eso ya hace más de dos años, el hecho cotidiano de la compra se ha convertido en una regresión al pasado, un pasado ni siquiera vivido: a aquella España de nuestros padres o abuelos, llenas de pequeñas tiendas, de colmados, que en la mayoría de casos tenías que pedir o preguntar sobre alguno de los productos.

Por eso, como buen provinciano en el que me he convertido, cuando entro en una gran superficie parece que un espectáculo de colores estalla en mi cara.

Ahora, sentado en el parking del Kaufland, escribo estas notas, pensando que cuando estaba dentro del supermercado, buscando por los laberínticos pasillos repletos de productos un lata de mejillones (que no he encontrado), de repente, como un fogonazo, he visto que los colores invadían mis retinas... ha sido un extraño placer cromático.

Amarillos, azules, verdes, negros, rojos y demás colores, en sus diferentes tonalidades, armonizaban en una perfecta combinación, como cualquier cuadro pop art.

[Segunda advertencia: A pesar de esta oda a las grandes superficies y para alivio de quien me conozca, esta alabanza no significa que me haya convertido en consumista-capitalista, ya que apenas he gastado, al cambio, unos 15 euros (eso sí, en productos occidentales decadentes que no puedo encontrar en mi ciudad)]

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