1 de enero. 7:30 de la mañana. Me levanto, algo somnoliento pero feliz y sin resaca. Cambio a mi hija, me tomo un café con leche y me fumo el primer cigarrillo del día.
Unos minutos más tarde saco a pasear a mi perra (de custodio compartida), fumando el segundo cigarrillo. Las calles están desiertas, ni siquiera hay borrachos porque ya no es esa hora que mezcla al borracho y al madrugador.
En casa de nuevo. Segundo café. Cojo el libro de Lázaro Covadlo para seguir con la relectura de sus cuentos (¡benditas relecturas!). De fondo acompaña una selección de blues acústico.
Llego al cuento titulado "Mundisueños" y leo lo siguiente:
El futuro constituía un tiempo muy importante, tal vez el más importante de todos. Había que prepararlo bien, puesto que allí suele transcurrir gran parte de nuestra vida. Lo principal era estudiar, estudiar mucho para ser alguien. De niño prácticamente no eres nadie, sólo de mayor -siempre y cuando se haya estudiado lo suficiente para ser alguien- la gente empieza a tener entidad.
Mi hija sigue durmiendo, sin identidad, preocupada sólo de recordar sus sueños en su mundisueños...
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