domingo, 6 de diciembre de 2009

Kulata, la puerta de Comala

Cada vez que salgo de Sofia dirección a Dupnitsa veo, a lo largo de toda la carretera, un cartel que nunca deja de indicar Kulata. En un país como Bulgaria (aunque también en muchos del este) las indicaciones van y vienen, es decir, puede aparecer una población importante pero en el siguiente cartel ha desaparecido (para desesperación de quien conduce) para volver a aparecer tres indicaciones después.

Pero con Kulata nunca sucede, o mejor dicho, casi nunca sucede.

Así que decidí ir a conocer la ciudad de los carteles eternos. Un viernes por la mañana, temprano, cogí el coche y me dirigí hacia ahí. Los nombres de Blagoevgrad, Kresna, Sandanski,... iban apareciendo y desapareciendo, pero Kulata siempre estaba ahí.

Casi sin parar y deseoso de conocerla, llegué a menos de dos kilómetros de Kulata, cuando de repente, como si se lo hubiera tragado un agujero negro, el cartel de Kulata desaparece y aparece otro que indica Grecia... Reduzco la marcha, cada medio kilometro una nueva indicación a Grecia, pero Kulata definitivamente ha desaparecido. Casi sin pensarlo he llegado a la frontera sin ver ni rastro de Kulata.

Aparco el coche, miro alrededor mío y veo, a un lado un enorme casino (que es lo primero que ven los visitantes que llegan de Grecia), al otro lado una carretera bordeada de restaurantes de carreteras (mezcla del viejo oeste, intento de modernidad y resquicios de un tiempo pasado), justo detrás una vía de tren que no debe usarse desde que se inauguró y al fondo, la frontera con tres banderas... la búlgara, la griega y la de UE.

Enciendo un cigarro apoyado en el coche, mientras la estupefacción no deja de recorrerme el cuerpo ‘¿Me habré pasado el desvío sin darme cuenta?’.

Dejo el coche aparcado en el parquin del casino, sin saber muy bien si puede hacerlo y me voy a dar una pequeña vuelta por los alrededores de la frontera.

Las dos primeras palabras que me vienen a la cabeza mientras doy mi pequeño paseo son Comala (yo así me imaginaba la entrada a Comala) y Finisterre (porque a pesar de que ahí no acabe la tierra, lo parece).

Definitivamente no veo ninguna población, así que me dirijo, con mi mal búlgaro al policía que hace rato que me mira entre curioso y glacial, con un cigarrillo que parece eterno.

- Isbinete, kade e kulata grad?
- Molia.
-kade e kulata grad?
-Niama.

Ante esa respuesta, me quedo estupefacto, como que niama (no hay). Si desde Sofia no dejan de aparecer carteles indicándolo.

-Kulata grad niama? –insisto yo.

El policía esboza lo que podría parecer una pequeña sonrisa.

-Ah, kulata celo?
-Kulata celo, da- le digo yo con la esperanza de que me dé alguna indicación.

Me indica detrás de las vías, con una sonrisa de incomprensión como preguntándose para que querré ir yo a la Kulata celo.

Cojo el coche y me dirijo hacia donde el policía me ha indicado, cruzo las vías del tren y entro en lo que debe Kulata celo... una calle asfaltada de las que salen calles sin asfaltar, dos tiendas a lo largo de toda la calle y poco más... sólo una iglesia recién pintada y un campo de hierba artificial todavía no sé si ni siquiera estrenado.El shock es tal que no consigo sacar la cámara para hacer ninguna foto... solo después de salir de Kulata celo, logro hacer dos malas fotos que decido no colgar.

De vuelta a Sandanski, donde voy a hacer noche, no dejo de mirar los carteles, confiando encontrar Kulata.

Ya la entrada de la ciudad, lo tengo que reconocer. Kulata debe ser el espejismo de Comala... la ciudad fantasma más anunciada al sur de Bulgaria.

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